Título original: Manual del cortejo e instrucción de cortejantes
Autor: Anónimo
Editorial: Maxtor
Páginas: 56
Fecha publicación original: 1839
Fecha esta edición: julio 2005
Encuadernación: rústica con solapas (edición facsímil)
Precio: 5 euros
Mi queridísima Nitocris (de Un Libro en un Tris, por si hay algún despistado en la sala y todavía no conoce su estupendástico blog) me regaló esta cosa tan bonita hace un par de años, así que no puedo dejar pasar la ocasión de enseñarla y hablar de ella en la premisa que más me cuesta cumplir de mi propio reto: la de los clásicos escritos originalmente en español. Manual del cortejo e instrucción de cortejantes es una curiosidad que se lee en un suspiro y que da buena muestra de lo que se publicaba hace casi doscientos años en España. Tal y como especifico en los datos técnicos del ejemplar, esta edición es un facsímil. ¿Qué es un facsímil? Pues supongo que todos lo sabéis, pero por si alguien no se ha cruzado nunca con este tipo de libros, es una perfecta imitación o reproducción ya sea de un escrito, una firma, un dibujo... En este caso tenemos la reproducción de un pequeño librito publicado en 1839 e impreso por Antonio Yenes, de quien se dice en la Biblioteca Nacional de España que "destacó por la publicación de obras literarias
de autores de su tiempo, que complementó con otras del gusto de la
nueva burguesía, en las que se analizan, en tono humorístico,
comportamientos sociales de la época". Y sobre esto último, sobre el análisis en tono de humor de un comportamiento social tan del siglo XIX como el cortejo, trata la obra que hoy os traigo.
De hecho, mirad qué entradilla tiene la edición:
Leyendo el título ríes?
Anímate, lee mas
y acaso no te reirás.
La mejor manera de conocer la estrictas reglas del cortejo en el siglo XIX es leyendo clásicos escritos de manera coetánea a la época, porque aunque muchas obras contemporáneas ambientadas en esos años intentan ajustarse y ser fieles a ellos históricamente hablando, otras muchas se toman montones (MONTONES) de licencias. No voy a entrar en este tema, que da para hablar largo y tendido, pero el caso es que, como en otras muchas cosas, para aprender de manera fidedigna sobre algo hay que irse a los documentos de la época, ya sean o no de ficción.
Si soy sincera, estoy mucho más familiarizada con el cortejo en la Inglaterra victoriana o de Regencia de lo que lo estoy con el cortejo en la España del siglo XIX, porque leyendo este manual me he dado cuenta que tienen muchas cosas en común (obviamente), pero también difieren en muchas otras. Y sí, sé que este manual está escrito con mucha sorna y mucha guasa, pero aun así se nota muchísimo la diferencia entre la rigidez y la rectitud inglesas y el talante bastante más relajado, atrevido, sensual y flexible español. De hecho se le da al cortejo la importancia justa y necesaria: si acaba en matrimonio, bien, y si no, pues también, que no será por peces en el mar y mujeres que cortejar.
No me voy a extender mucho porque este librillo tiene unas cincuenta páginas incluyendo ilustraciones y un tamaño inferior al de mi mano, así que no tengo intención alguna de extenderme más que el propio e ingeniosos autor (fuese quien fuese, que no lo sabemos). En todo caso, la única manera de contaros un poco el contenido es resumiros brevemente cada uno de los apartados que incluye.
Comienza este librillo con una introducción de dicho autor donde explica el objetivo de su obra, diferencia el cortejo del amor, nos avisa de que escribirá tanto en prosa como en verso (que, por cierto, es español de mediados del siglo XIX y, por tanto, varía en gramática y ortografía con respecto al nuestro; así lo voy a transcribir aquí yo, por si veis cosas que hoy en día son consideradas faltas ortográficas), nos informa de que esto del cortejo no es algo permanente (y si el éxito se ve contra las cuerdas vale eso de a otra cosa mariposa sin pudor alguno) y nos ilumina sobre qué hace falta para cortejar de manera auténtica y genuina:
Oh! para esto solo se requiere ocasion, gusto y dinero. La primera se busca, el segundo se adquiere, y el tercero luce mas cuando se economiza. Todo ello se hace con facilidad prodigiosa cuando se siguen las regla del arte, y hé aquí lo que me ha determinado á tratar magistralmente este punto.
Y a partir de aquí ya tenemos las lecciones del manual propiamente dichas, que se dividen del modo siguiente:
I. ¿QUÉ ES CORTEJO?
Nuestro autor lo equipara a otros muchos términos (galanteo, chischiveo, obsequio, mutua correspondencia, trato amoroso, etc...) y procede a describirlos todos; más tarde nos puntualiza que el cortejo es todo práctica y cero teoría, sin abstracciones y con actos bien visibles; y acaba dando él su propia definición, lo que para él significa realmente todo este batiburrillo de cosas, y además se enorgullece de que, sea bueno o malo, es una descripción nacida en su Madrid y tiene poco que envidiar a las demás. ¿La comparto con vosotros? Venga, va, aquí la tenéis (la rima está un poco a por uvas, pero bueno... xD).
Es el cortejo un hombre apasionado
brazero de la dama en el paseo,
en sus bailes pareja sempiterna,
en su tertulia, carga de un asiento,
en todos sus caprichos un criado;
acecha sus menores movimientos,
llora si llora, rie si se rie,
no tiene voluntad ni entendimiento,
sino que con su dama quiere y piensa.
Docil cual cera es, leal cual perro,
mudo con todas, hablador con ella:
un capricho fundó tal cautiverio,
y dura, y martiriza hasta que cesa,
á la presencia de un capricho nuevo.
II. ¿CUÁL ES SU ORIGEN?
Aquí el autor nos dice que no esperes que se ponga a buscar en los anales de la historia donde nació el cortejo, que eso es inherente al hombre, pero que cree que nació entre los árabes y fuimos los españoles quienes pulimos el tema, y que si quieres origen, que lo busques en la mujer española, que para eso la península es el país geográfico de los cortejos (y luego ya se pone a tirar por tierra a francesas, italianas y alemanas, diciendo que esas de cortejos no tienen ni idea). En fin, que no es mi misión esbozar aquí todo el capítulo, pero tenemos un despliegue de todo aquello que inició tales lances: la mujer que quería ser idolatrada, el hombre que quería idolatrar, deidades por aquí, deidades por allá... y que todo eso ha perdido seriedad y ha derivado en el cortejo juguetón que impera en la época... y vamos, que ha degenerado un poco, pero que les quiten lo bailao.
III. ¿CUÁL ES SU FIN?
Pues en este tema el autor lo tiene complicado, porque ni todos los hombres cortejan a sus damas con un mismo propósito, ni todos usan los mismos medios ni todo lo que se hace llamar cortejo lo es, así que se decide por hacer una clasificación que va desde los que cortejan porque no saben hacer otra cosa, los que lo hacen por vanidad, los que lo encuentran útil por la razón que sea, los que buscan méritos... o, y estos son los que el autor considera auténticos cortejantes, los que lo hacen simplemente por gusto, tienen buena fe y realmente aspiran a marido: si tienen éxito y se casan, bien; si encuentra un objeto de cortejo que les guste más, pues a por ello sin muchas lagrimas ni pesares. Todo esto explicado mucho más largo, claro, pero ya me estoy extendiendo demasiado.
IV. ¿CUÁLES SON LAS LEYES DEL CORTEJO?Pues sí, hasta el cortejo necesita leyes que faciliten y aseguren el tránsito por camino tan desconocido. No son muy complicadas: averiguar qué le gusta a tu dama y no contradecirla nunca en nada; no mirar/hablar/pensar en ninguna otra mujer si no es para echar pestes de ella (porque como la alabes, tres velas negras te llevas de equipaje); ir siempre a la vera de tu dama, y donde ella no vaya, tú tampoco vas; y bueno, en fin... perogrulladas varias que hay que contextualizar, que de esto hace doscientos años. No saltéis a la yugular, que además os recuerdo que todo esto estaba escrito a modo de sátira y riéndose de las convenciones sociales de la época.
V. PELIGROS DEL CORTEJO
Aquí básicamente se advierte al lector de que el cortejo puede salir muy bien pero también muy mal, y que, por tanto, puede ser peligroso para algunos cortejantes. Que el cortejo debe ser amable y tranquilito, nada de romanticismos ni cosas de esas que llevan a duelos y pistolas, y también se destruyen reputaciones, así que más vale saber lo que se hace. Pero vamos, que parece que el mayor peligro de todos es que el cortejante pierda un tiempo precioso en una cortejada que le sale rana. Peligrosísimo, vaya. Pobrecillo.
VI. DESDE CORTEJO A MARIDO (Paso natural)
Y entonces llegamos al quid de la cuestión, porque ¿para qué sirve el dichoso cortejo? Pues para pavimentar ese aterrador camino que lleva hacia el matrimonio. Y al parecer la primera regla del cortejante es no fiarse de aquella que se enamora del primero que le dice hola, porque esa va muy encendida por la vida. No, hay que ir paso a paso, con buena letra... y lo mismo, con suerte, acabas casado.
VII. DESDE MARIDO A CORTEJO (Paso retrógrado)
Termina el anónimo autor de este insigne tratado del galanteo diciendo que, una vez te has casado, de vez en cuando tienes que darle una alegría a tu mujercita y volver a los dulces, obsequiosos e ilusionantes días del cortejo si quieres conservarla y ser feliz con ella... y que esto también va por las mujeres con respecto a sus maridos, que hay que cuidarlos y muchas cambian sus dulzores por amargores en cuanto se casan, aunque aquí mete un poco el rabo entre las piernas y no se atreve a adentrarse mucho por si sale escaldado.
***
En fin, que con esto y un bizcocho, lo dejo aquí este tocho. Como digo al principio, es una curiosidad divertida y muy guasona sobre algo que era de suma importancia en el siglo XIX en el círculo de determinadas clases sociales, pero que según el país de origen tenía sus propias reglas y sus propias salvedades. Está claro que el cortejo español daba para mucha chanza y mucho palique, y las instrucciones, consejos y diretes del autor dan buena muestra de ello.
Entre el práctico y el teórico
gran diferencia verá:
hace el práctico y no sabe,
sabe el teórico y no hará.
No pienses que yo cortejo
porque enseñe á cortejar,
que hay geógrafo que en el mapa
todo el orbe correrá,
y no hizo viage alguno
ni por tierra ni por mar.
Leéme y acuérdate
de la piedras de afilar;
que hace cortar al cuchillo
y ella no puede cortar.
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